DECISIONES MUY
PERSONALES
Así, de súbito, le planteé al cardiólogo una pregunta
inquietante, ¿con tantos cuidados personalizados, hasta donde se puede vivir?,
porque tengo la sensación de que los descubrimientos
científicos no tienen límites; máxime, ahora, cuando se producen tantos avances
en cómo retrasar el envejecimiento del cuerpo, inyectando células madre, o creando
un corazón artificial. ¿Llegaremos a ser inmortales?
Mi médico dejó de mirar al ordenador y respondió: por el bien de la humanidad, espero que no seamos
capaces de alargarla demasiado, el
camino no es prolongar más la vida, sino
mejorar la calidad de vida de las personas. Salí de la consulta aturdido.
Convencido de que nos han enseñado a
vivir, pero no a morir. La muerte continúa siendo un asunto tabú. Respiré hondo y recordé una pregunta que me
costaba responder, “si hubiese un hombre
que no pudiese morir, si fuera real la
leyenda del judío errante, ¿cómo habríamos de titubear en declararlo el más
infeliz de todos?”.
Mi mujer había tenido una vida plácida hasta que cayó enferma. Ahora se encontraba en una cama,
anclada a un sin fin de sondas, tubos y
cables. Llevaba en coma irreversible varios días. Saqué de un cajón la carpeta donde aguardamos
el documento de Últimas Voluntades. Juntos firmamos los papeles hace tiempo. No queríamos que alargasen
nuestra vida si padecíamos una enfermedad irreversible, que nos llevase a un estado que nos impidiera expresarnos por nosotros
mismos. Con el papel en la mano, me dirigí al hospital, abstraído con un solo pensamiento
y una media sonrisa, convencido de que siempre me quedarían sus recuerdos.
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