Las palabras del corazón
Los alumnos
que acudían a una escuela de escritores decidieron que la palabra más bella en
castellano era recordar. Procede del latín “cordis” y, si buscamos su
etimología, quiere decir: volver a pasar por el corazón. Es una explicación
generosa, porque nos sugiere que la memoria está en nuestro corazón y no en la
mente. Hasta sus entrañas nos acercamos para hurgar y traer al presente a
aquellos que partieron y que viven en nosotros. Recordar es algo así como
despertar. De hecho, en algunas zonas rurales aún se puede escuchar “me recordé
sudando”, refiriéndose a cuando alguien se despierta, intranquilo, a media
noche.
Aún hoy,
casi sin quererlo, determinamos nuestra vida por el estado de este órgano que,
como el pensamiento, no descansa nunca. Se nos parte el corazón cuando estamos
tristes; si algo nos conmueve, nos toca el corazón. También suponemos que el
corazón del codicioso nunca tiene reposo, nadie duda de que el corazón que
siempre ama permanezca joven, hacemos de tripas corazón cuando algo sale mal y
estamos convencidos que las palabras del alma proceden del corazón.
No es
extraño escuchar “me saltó el corazón” o “el corazón se me sale por la
garganta”. No le falta razón a quien da este sentido saltador al corazón,
debido a los esfuerzos que realizamos o las emociones que vivimos. Porque si
los romanos llamaron al corazón “cordis”, fue porque se formó a partir del
griego “kardia”. A su vez, el vocablo griego provenía de la raíz prehistórica
indoeuropea “kerd”, que significa “saltar”.
Saltamos de
kerd, kardia, cordis, corazón y alcanzamos cordial y concordia. Aunque nada
mejor que finalizar con un acuerdo, porque arranca del corazón y significa
armonía entre las partes .